Gustavo Peña mira por un buen rato una foto vieja pegada en la pared de su casa. Observa a un hombre joven en calzoncillos, con la playera color vino y el escudo mexicano junto al corazón. Hace los ojos más chicos y frunce la frente, trata de recordar el nombre de aquel personaje, pero ningún apellido o apodo le regresa a la mente.
¡Es el Halcón Peña, el que le metió el gol de penal a Bélgica en México 70! ¡Eres tú, papá!”, le dice su hijo de 58 años, también llamado Gustavo. El Halcón vuelve a mirar la imagen, ahora con asombro. Sonríe como niño.
Hace un par de años que el excapitán de la Selección Mexicana se pierde en sus recuerdos. A veces, el hombre de 79 años despierta lúcido y con ganas de platicar su aventura de hace medio siglo, cuando era el capitán de la selección del Güero Cárdenas y el técnico lo había elegido para tirar el penal que vencería a los belgas y mandaría a todo un país a celebrar por vez primera el pase a cuartos de final.
Otras ocasiones, la mayoría, Gustavo no recuerda quiénes son aquellos hombres que aparecen en las fotos pegadas en las paredes de su casa en Guadalajara. Póster de un estadio saturado, de hombres en calzoncillos corriendo tras un balón, chamarras con el escudo mexicano y hasta la imagen de un portero con leyenda en ruso.
Gustavo, el hijo, se encarga de contarle las historias que un día escuchó en voz de su padre, de lo que ocurrió adentro y fuera de la cancha, del jugador que no quiso pegarle al balón desde los once pasos por miedo escénico, de las tantas veces que la gente paró al Halcón para preguntarle por ese momento ante Bélgica. Tan sólo unos minutos que se transformaron en una eternidad.
Su hijo le pone un video no tan viejo, en el que entrevistan a su papá en un programa de TV. En la grabación, un sonriente Halcón Peña comenta: ¿Si no lo hubiera metido? Imagínate… “¡me matan!”. La entrevista continúa: “Tumbaron a Valdivia dentro del área y el árbitro marcó penal contra Bélgica. Volteo a la banca y digo, ¿no hay otro? (que cobre la falta). Entonces me llama Cárdenas y me pregunta que cómo me siento. Le respondí que si quería que otro lo cobrara, adelante. Me dijo que sólo era una pregunta”.
Luego, el ruido en el estadio se convirtió en silencio. Halcón pensó: “O te acabas o los acabas”. El portero Christian Piot trataba de distraerlo, le gritaba: “Pena, Pena”. “No sabía pronunciar mi nombre”, explica el capitán mexicano en la entrevista televisiva.
El Halcón se perfiló, tiró por debajo y pegado al poste. ¡Goool! “La gente explotó. Si la hubiera fallado, me hubiera escondido muy lejos. La gente casi me hizo llorar”.
Aquella entrevista, Peña ya no la recuerda.
Gustavo hijo recuerda muchas cosas de aquel México 70, cuando tenía ocho años y su papá se despedía de la familia para entrenar con la Selección Mexicana. “Vivíamos en Tlaquepaque y mi papá se ausentó durante cinco meses por la concentración. Dos meses antes del Mundial, a cada seleccionado le regalaron una televisión Zenit para que las familias vieran la Copa del Mundo a todo color”.
Aquel jueves 11 de junio, a las cuatro de la tarde en casa de los Peña, estaba doña Enriqueta y sus dos hijos, Lupa y Gustavito (después nacerían Beto y Claudia), enfrente de la nueva televisión. Esperaban que los gritones de la TV comenzaran a hacer su labor, mientras belgas y mexicanos ingresaban al campo del lejano estadio Azteca.
La señora Queta rece y rece, mientras los chamacos se encaramaban junto al aparato, esperando que su papá, el Halcón Peña, se apareciera en la televisión. Los niños, con la camiseta verde y el número 3 en el dorso, habían invitado a una decena de amiguitos para amenizar la tarde.
A los 13 minutos de iniciada la transmisión del juego, un hombrecito vestido de vino y negro (uniforme de México) fue derribado en la TV, por lo que el señor pintado de negro pitó penal. Los ojos de los chamacos se abrieron de más cuando vieron que sería su papá el que tomaría la pelota para meterla a un lado del portero europeo.
Cuando acabó el partido quisimos salir a la calle para gritar el gol, pero había mucha gente rodeando la casa. Asustados, nos asomamos por el balcón y escuchamos gritos de ‘¡Arriba el Halcón Peña! ¡Viva México!’. El abuelo vivía cerca de nosotros y le hablamos para que fuera a rescatarnos”, comenta el hijo del futbolista.
Aquellos días fueron extraños para los Peña. “Te veían y te tocaban como bicho raro. ‘Tú eres hijo del Halcón’, decía la gente de Tlaquepaque. Salías a la calle y te detenían para la foto y el autógrafo. Fueron días de ensueño, hasta que México perdió ante Italia”.
Durante esos meses previos al gol del Halcón, había poca comunicación entre el futbolista y su familia. A veces una postal. Luego, un telefonazo. “Dos días después del partido ante Bélgica, mi papá marcó a la casa. Lo primero que me preguntó por teléfono fue: ‘¿viste el gol?’. Por poco lo fallas, le contesté en broma”.
Pasaron dos semanas para que el Halcón aterrizara en casa. Un caos para ingresar a su domicilio, luego de que televisoras locales (canales 4 y 6) y fotógrafos de otros rumbos rodearan al capitán. “Tardó dos horas en entrar. Esa noche, mi papá nos dijo que agarráramos maletas y huimos a la playa”.
Después del Mundial en México 70, Gustavo Peña dejó al Cruz Azul y se puso la camiseta del Jalisco. En 1971 fue el único futbolista mexicano invitado a la despedida del portero soviético Lev Yashin. La Araña Negra invitó al Halcón, además de personajes como Müller, Beckenbauer, Mazurkiewicz, Charlton, Faccheti, Mazzola, Zoff, Puskas, Eusebio, Gerson, Tostao y Pelé.
Pasaron los años y la gente seguía tomándose fotos cada vez que se cruzaba en el camino del futbolista. “Siempre le preguntaban por aquel penal ante Bélgica y si no tuvo miedo de fallarlo. Llegó a ser un tanto molesto y los comentarios de mi papá sobre el gol ante Bélgica se convirtieron en monosílabos”.
Gustavo hijo intentó seguir los pasos de papá y tuvo su momento en el Jalisco. Su hermano Felipe jugó en el América.
Ahora tengo un negocio en Guadalajara. Se llama Taquería Halcón Peña y está tapizada de fotos de mi padre en la Selección Mexicana y sus respectivos clubes. Cuando mi papá se asoma al lugar hacemos apuestas de cuántos se le van a acercar para preguntarle por el gol”, explica Gustavo.
Sobre el penal, el hijo del Halcón confiesa un detalle: “Un día, mi padre me confió un secreto. Me dijo que él no era el tirador oficial de los penales, pero que esa tarde entró en pánico el cobrador (prefiere callar el nombre). Entonces lo llamó el técnico Raúl Cárdenas y le pidió que él lo ejecutara”.
El Halcón Peña también le contaba al chamaco de ocho años que el portero Christian Piot (Bélgica) se veía enorme, con brazos tan largos que casi podía agarrar los dos postes de la portería al mismo tiempo. “Corrió, tocó el balón y todo se le nubló. Cuando escuchó el grito de gol, reaccionó”.
Todas aquellas historias que Gustavo Peña le contó a su hijo son las mismas que el viejo futbolista escucha y se emociona. A veces recuerda un detalle y lo comenta. En ocasiones se levanta sin recordar que fue capitán de la Selección Mexicana y que aquel jueves 11 de junio de 1970 hizo que miles de paisanos fueran por vez primera a celebrar junto al Ángel de la Independencia.
Aquella fue la tarde del Halcón Peña y 10 más.